¡No vale, yo no creo!
Dejó su hogar, a su madre y a su tierra por no callar. Hasler Iglesias eligió la verdad frente al miedo. Esta es su historia: pérdida, coraje… y desafío al poder absoluto
Imagen creada por El Patio Político
Quizás esa haya sido la frase que escuché más veces en mi infancia cuando alguien se “volvía” demasiado alarmista sobre la situación del país. Cada vez que alguien señalaba el peligro de que el presidente insultara y amenazara a la prensa y a la industria, que manejara el país como su finca privada.
Habían algunos que insistían en el “yo no creo”, aún cuando los poderes legislativo y judicial respondían claramente a las instrucciones del ejecutivo. Cuando cerraron el primer canal de televisión privado. Cuando despidieron a decenas de miles de trabajadores de una empresa pública por haber protestado contra el gobierno.
Luego fueron mutando… se cuidaban más las espaldas. Los que antes decían “yo no creo” ahora buscaban conceptos de la ciencia política y hablaban de que vivíamos un “sistema híbrido”, un “autoritarismo competitivo”, una “regresión autoritaria”. No sé si por esperanza, convicción o comodidad, se resistían a decir que aquel país que había recibido a exiliados de España, Italia y Portugal en el siglo XX, que había acogido a los vecinos de Colombia, Ecuador, Chile, Argentina y Perú, era cada vez más una dictadura, y cada vez quedaba más lejos esa democracia que no supimos defender.
Hasler en un enfrentamiento contra las autoridades
La comunidad internacional —esa que nos deja boquiabiertos cada vez que ocurre una calamidad y hace gala de su mucha parsimonia y su poca efectividad— por aquellos días afirmaba que respetaban la soberanía y la libre determinación de los pueblos, que si el gobierno ganaba, era porque la gente lo apoyaba.
Pero no tardó mucho en llegar la primera vez que el gobierno perdió. Yo tenía 15 años. La victoria no había sido gracias al liderazgo político propiamente dicho, sino a un puñado de muchachos un poco mayores que yo que habían salido de sus universidades a hacer escuchar su voz. Primero exigiendo justicia por el asesinato de tres hermanos de 12, 13 y 17 años, luego contra el cierre arbitrario del canal de televisión más visto del país, y habían desembocado en liderar la campaña victoriosa del “No” contra la reforma constitucional que, entre otras cosas, eliminaba los límites a la reelección presidencial indefinida.
El presidente afirmó que se trataba de una victoria “pírrica”. Pero se había demostrado que “el monstruo era de carne y hueso” y que se le podía vencer. O eso pensábamos. Meses después, con gasto público, coacción y populismo de por medio, terminó aprobando una enmienda constitucional que le permitía a todos los cargos de elección popular ser reelegidos hasta el infinito (exactamente lo contrario a lo que se había decidido en las urnas). Solo un cáncer le impidió al presidente reelegirse hasta el infinito. Pero nos dejó a un sucesor que demostraría ser mucho más salvaje que él.
Hasler liderando movilizaciones estudiantiles
Y así llegó la segunda victoria. Yo ya tenía 23 años. Había podido votar unas cuantas veces, sin que mi opción ganase nunca. En ocho años había pasado de ser un joven estudiante de bachillerato a ser el dirigente principal del mismo movimiento que había liderado aquella primera victoria. Ahora en realidad los partidos políticos se habían fortalecido mucho más, se había unido toda la oposición al gobierno (que todavía algunos no se atrevían a llamar dictadura), y desde el movimiento estudiantil asumimos el reto de cuidar los votos. Recorrí todo el país, organizamos a miles de jóvenes para vigilar en cada centro de votación que no nos robaran ni un voto. Y esa noche viví quizás la mayor alegría de mi vida. ¡Habíamos ganado, y no solo la mayoría simple, la mayoría calificada del poder legislativo! Los analistas comenzaban a hablar de que podríamos equilibrar el poder judicial, controlar el gasto público, hasta enmendar la constitución para acortar el mandato presidencial.
Pensábamos que tratábamos con demócratas… En cuestión de meses el Tribunal Supremo de Justicia decidió —o ratificó la decisión tomada en el palacio de gobierno— que la Asamblea Nacional estaba en desacato, y que el máximo tribunal asumía sus competencias. Pues… que el voto de millones para elegir al Parlamento quedaba sin efecto, y que ahora las leyes las harían los jueces… muchos de los cuales eran miembros del partido de gobierno, aun cuando estuviera prohibido por la constitución.
Hasler en manifestaciones en defensa de la democracia
Y no volvimos a vivir una elección verdadera. Ocurrieron muchas votaciones, se hacía campaña, la gente salía y depositaba su voto. Pero antes, durante y después del día de la elección, el sistema funcionaba quirúrgicamente para que el partido de gobierno no perdiera. Ilegalizaron a los partidos opositores, apresaron e inhabilitaron a los líderes con mayor arrastre popular, persiguieron, torturaron, asesinaron… le cambiaron la cara al país.
Y mientras lo hacían, robaban 400 mil millones de dólares1, el equivalente al PIB de siete años. Aprendimos que la corrupción mata. Cientos de miles de niños sufriendo de desnutrición, millones incapaces de comprar carne, harina, arroz, leche… tanto porque no se encontraban los alimentos, como porque los precios eran inalcanzables, dependiendo de la etapa de la policrisis en la que se encontrara el país. Historias desgarradoras de hospitales sin jeringas ni medicinas, de unidades de cuidados intensivos sin electricidad. Y todo esto mientras reposábamos sobre las reservas de petróleo más grandes del mundo.
No hubo un día en que no me opusiera al régimen. De mi liderazgo universitario pasé a la dirección nacional de un partido político. Seguí recorriendo el país, formando jóvenes líderes en acción estratégica no violenta, en organización cívica y comunitaria, en liderazgo social y político. Estuve en la ONU y la OEA denunciando los abusos del régimen. No sin consecuencias. Mensajes con amenazas de muerte dejados en mi casa, la publicación de mi dirección en redes sociales, acusaciones en mi contra en la televisión pública, hasta mi detención temporal bajo el montaje de que traficaba drogas.
Hasler al frente de manifestaciones por la democracia
Se volvieron expertos en disfrazar la persecución política usando crímenes comunes o de terrorismo. Hasta que un día alguien dentro de las filas del régimen decidió que les estaba siendo demasiado molesto, y que quizás haberme detenido sin más podría acarrearles un costo político con el que en ese momento no querían cargar. Un día después de que detuvieran arbitrariamente —el término jurídico para definir lo que ocurre cuando una banda criminal se hace con el gobierno de un país y secuestra a sus ciudadanos— a un diputado de la Asamblea Nacional, violando su inmunidad parlamentaria, me nombraban nuevamente en la televisión nacional. Me acusaban de terrorismo e intento de magnicidio. Curiosamente, cuando ocurría esa declaración me encontraba en mi casa haciendo un curso online sobre primeros auxilios psicológicos.
Imagen mostrada por el Presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela catalogando a Hasler como terrorista
Sin más, empaqué lo poco que pude, me despedí de mi mamá y salí de casa. Seis meses errante, de un sitio a otro, sin salir a la calle, huyendo de una detención. Mis otros compañeros de acusación sufrieron allanamientos y hasta la detención de sus familiares; un par de ellos accedieron a las condiciones que les puso el régimen para dejarlos en paz: declarar públicamente contra nuestro partido. Hoy ellos dos siguen en Venezuela, aunque la palabra libres no me encaja del todo con su condición. Un tercero, preso. Otro, exiliado en Estados Unidos. Y yo, en España. Un país que en teoría también es mío, por ser el país de mi papá. Pero que no se termina de sentir como un hogar.
Escribo estas líneas 48 horas después de que un gran amigo haya sido secuestrado por la policía política del régimen. Entraron a su casa sin orden judicial ni explicación alguna y se lo llevaron frente a la mirada impotente de su familia. Aun no sabemos dónde está ni cómo se encuentra. No le han permitido comunicarse con su abogado ni con nadie. Mi amigo, Carlos, no es una excepción. Así se comportan con los que detienen.
El año pasado los venezolanos volvieron a tener otra victoria en las urnas electorales. Contra viento y marea —y la expresión se queda corta para describir la proeza— le ganaron a Maduro. Fuimos capaces de demostrarlo con las actas electorales, las mismas que imprimieron las máquinas de votación oficiales. Pero el régimen se fabricó otros números, tumbó la web del Consejo Electoral y proclamó a Nicolás Maduro para gobernar seis años más.
Venezuela es un ejemplo de cómo un país rico, con una historia democrática, con una población educada y un sector productivo pujante, puede caer en una espiral de corrupción y miseria. El resentimiento y una élite democrática ensimismada permitieron la elección de un caballo de Troya2 que desmontó el sistema democrático desde dentro, ante la mirada atónita y escéptica de la población, y de dirigentes políticos sin más herramientas que el voto. Cuando le pasaron por encima al voto y a la movilización pacífica, sólo quedó tierra arrasada. Un país que vive en la mentira, en un sistema orwelliano, un país que ha expulsado de su territorio a más de una cuarta parte de la población, y con una oposición exiliada, perseguida y masacrada. Una oposición que sigue intentando convertirse en la disidencia que le permita al país volver a vivir en la verdad3, y con ello poder volver a decir “nunca más”, y que esta vez sea de verdad.
Hasler cuenta cómo lo persiguieron hasta tener que desaparecer (TikTok)
https://www.elmundo.es/cronica/2023/04/17/64399d4bfc6c83fc4f8b4580.html
Referencia al libro “Nueva estrategia del golpe de Estado. El caballo de Troya” de Bayardo Ramírez Monagas. https://www.goodreads.com/book/show/28361615-nueva-estrategia-del-golpe-de-estado-el-caballo-de-troya
Referencia al libro “Living in Truth” de Václav Havel.
Hace algunos años mi empresa contrató a una de esas personas que nos llegó huyendo de Venezuela. Tenía un nivel de formación y experiencia bestial, hablaba inglés perfectamente, y lo que nos contaba era, como bien se plasma en este artículo, terrorífico.
Pués bien, AHORA EL ESTÁ EMPEZANDO A ASUSTARSE DE LO QUE AQUÍ EN ESPAÑA ESTÁ PASANDO.
Siento dar voces pero es que no estamos respondiendo.