ESTAMOS TODOS CANSADOS
Estamos cansados. Pero no de la política. Estamos cansados de cómo se ha vuelto casi imposible hablar de ella sin acabar a gritos.
Imagen creada por El Patio Político
Últimamente cada vez que me siento a hablar de política, ya sea con amigos, familiares o no tan conocidos, siento que estamos atrapados en un ciclo tóxico que nos consume. Y no es que estemos cansados de la política en sí, no. Estamos cansados de cómo la vivimos, de cómo nos afecta directamente a nuestras emociones y, sobre todo, de cómo la percibimos. Hoy parece que no se puede hablar de política sin que se convierta en una batalla a la que hay que ir equipado con protección y munición.
Es raro. Últimamente, cada vez que intento hablar de política —ya sea para criticar o para destacar algo positivo— la conversación toma casi siempre un giro incómodo. Ya no importa qué estás diciendo, sino a quién parece que estás defendiendo. Si valoras una acción concreta, te etiquetan. Si señalas un error, también. Y lo peor es que esa etiqueta viene cargada de juicios morales sobre quién eres o qué intenciones tienes. La política nunca ha sido paz, ni nunca lo será. Siempre habrá desacuerdo y conflicto. Pero eso no significa que tenga que convertirse en un espacio tóxico que termina por espantar a quien es, en realidad, su pieza más importante: la ciudadanía. Parece que la conversación política se ha vuelto una guerra de lealtades, donde la imparcialidad molesta y donde reconocer algo bueno del “otro” es casi una traición. Como si no se pudiera pensar por uno mismo.
Es agotador. Más aún en un clima político como el que vivimos, donde parece que todo el mundo está a la caza de un culpable. Todos, casi absolutamente todos, estamos buscando culpables para señalarlos, desahogarnos y tener a un responsable político en quien volcar nuestras frustraciones. Y eso se nota. El otro día, por ejemplo, veía en TikTok un vídeo de Noel Horcajada, un chaval al que sigo desde hace tiempo. Se dedica a hacer contenido sobre comida y probar locales de comida rápida como kebabs. Nada que ver con política. Pero al abrir los comentarios de uno de sus videos, me encontré con una lluvia de insultos: “rojo de mierda”, “eso te pasa por rojelas”, “comunista”. Me quedé sorprendido y me pregunté: ¿por qué le decían eso? ¿cuándo se había metido este chaval en política? Me puse a buscar algún vídeo suyo con una opinión política… y entonces me di cuenta que yo mismo había caído en la trampa: ¿por qué estoy buscando una justificación para que lo acosen? ¿y si un día dijo algo político? ¿qué más da? Nadie debería recibir ese odio solo por dar una opinión, o por la sospecha de tenerla. Y mucho menos por comerse un kebab. Pero estamos así: si alguien se sale un milímetro del guión que queremos oír, se convierte en blanco de acoso.
Captura de Tiktok de la cuenta de Noel
Y eso, al final, no es solo un problema de los políticos. Es un reflejo de todos nosotros. Ayer, por ejemplo, estaba escuchando una sesión del Congreso sobre el apagón energético y el aumento del gasto en defensa. En teoría, debía ser un espacio para aclarar medidas, hacer preguntas constructivas, rendir cuentas y ofrecer certezas a la ciudadanía. Pero lo que vi fue a lo que estamos acostumbrados: una recopilación de insultos, ataques personales y frases diseñadas no para convencer, sino para hacer ruido comunicativo. No debatían, competían a ver quién soltaba la pulla más hiriente, quién se llevaba el clip más viral para empaquetar y compartir por Whatsapp. Y lo peor fue cuando abrí el chat en directo de YouTube donde se emitía la sesión: había gente deseándose la muerte e
n los comentarios. Literalmente. Y ahí es cuando entiendes que esto no va solo de ellos, sino también de nosotros. Lo que pasa en el Congreso es solo un espejo ampliado y televisado de lo que ocurre en la calle o en el bar. Estamos tan acostumbrados a la confrontación, tan enganchados al ring, que hemos olvidado cómo se discute sin gritar, cómo se discrepa sin odiar. La política ya no parece un lugar donde construir propuestas entre diferentes, sino una arena donde demostrar quién tiene razón más rápido, y donde al diferente no se le respeta, se le desea lo peor.
Hoy, todo se ha convertido en un juego sucio de descalificaciones, de “y tú más”, de excusar lo propio señalando lo ajeno. El otro día, por ejemplo, en una comida, alguien mencionó a un político y, en menos de dos segundos, ya estaba acompañado el nombre de este político de un insulto. Ni argumentos, ni matices. Solo reacción emocional automática. Y esto no ocurre por casualidad. Te da la sensación de que, si escuchas a una parte, la otra se convierte en el enemigo público número uno, como si hubieran matado a la madre de Bambi. Pero cuando escuchas a la otra parte hablando del lado contrario, que antes parecía tener todas las soluciones, de repente te das cuenta de que también son lo peor, como si hubieran hundido el barco de Chanquete. Lo que debería ser un ejercicio colectivo de debate político para pensar juntos el presente y futuro de nuestro país, se ha transformado en una lucha de trincheras que solamente nos desgasta y no aporta nada.
Y claro, luego nos quejamos de que el debate político y la política están perdidos. Todos clamamos por un debate serio, profundo, reflexivo, como los de antaño los de hace 40 años, señores en traje y corbata con cigarro en mano y horas de charla filosófica sobre el futuro de la sociedad. Pero, seamos honestos, ¿quién sería capaz de aguantar eso hoy en día? ¿quién se quedaría escuchando una discusión interminable sobre un proyecto de ley? No nos engañemos, casi nadie. Ni siquiera somos capaces de ver nuestra serie favorita sin consultar el móvil cada diez minutos. ¿Nos gusta realmente la política o lo que pasa en ella? Es curioso, ¿no? Pedimos a gritos recuperar el debate “puro” y “serio” de antaño, pero no somos capaces de tolerar ni un segundo de reflexión en una conversación entre amigos, hermanos o cuñados, sin caer en la tentación de interrumpir, criticar o incluso insultar a la persona que piensa distinto.
Algunos dicen que la política de hoy se parece más a un partido de fútbol que a un debate serio. Y yo les respondo que, en realidad, creo que es peor. Porque en el fútbol, cuando mi equipo pierde, crítico su juego, su estrategia, a los responsables… pero no me dedico exclusivamente a atacar al equipo contrario solo porque mi equipo no haya ganado. No digo cosas como “nosotros habremos jugado mal, pero tu equipo también en 2015” ni me empeño en señalar los errores rivales una y otra vez. Pero en política, cada vez que un partido o un político habla, nos centramos más en buscarle un fallo, un error, algo que le descalifique. Nos hemos olvidado de que la política debería ser un espacio para el diálogo pacífico y sosegado entre diferentes.
Aunque estemos agotados y nos hayamos puesto negativos al leer esto, sigue existiendo esperanza, porque lo tóxico no tiene por qué ser lo habitual en la política. En El Patio Político, estamos intentando volver a acercar la política al ciudadano de una forma sana y mostrarle temas de los que normalmente no se habla, como la comunicación política. No toda la política tiene que tener contenido puramente ideológico que nos enfrente. No todo tiene que ser blanco o negro, izquierda o derecha. En nuestro espacio, tratamos de mirar ambos lados sin caer en la polarización ni en el juego de la ideología. A veces hablamos de un gesto comunicativo de la derecha y, al rato, de uno de la izquierda. En nuestra newsletter, han escrito personas de todos los colores políticos, tanto de izquierdas como de derechas, que trabajan en distintas instituciones, pero siempre sin entrar en ese juego tóxico. Y eso está bien, porque esa es la verdadera política: la de reflexionar, la de escuchar, la de no tener miedo a ver al otro como alguien con quien se puede dialogar. Ayer, por ejemplo, pusimos una caja de preguntas en nuestra cuenta de Instagram pidiendo recomendaciones de lecturas políticas, y la respuesta fue impresionante: recibimos decenas de recomendaciones de personas de todos los partidos e ideologías, y con libros tan variados que, incluso, algunos se contradecían entre sí.
Porque, en medio de todo este caos, al final, lo único que realmente queremos es poder hablar de política sin escuchar insultos, sin que nos apunten con el dedo por hablar de ello. Y si algo puedo pedir, es que cuando hablemos de política, dejemos la hostilidad y la pistola fuera de la sala.
Acertadísimo análisis de la hartura que ya vivimos, me atrevería a decir, que la inmensa y silenciosa mayoría de la gente.
Y me pregunto si algún partido político sería capaz de abordar una posición como la que aquí se propone.
?Tendría eco dentro de unos medios de comunicación que ya son "esbirros" de las posiciones inamovibles, y casi sectarias, de algún partido?.
Quizá funcionaría el silencioso y lento "sentido común", como el antiguo "boca a boca" que nos recomendaba aquel pequeño bar, con esas tapas buenísimas y que siempre estará abarrotado de gente.