Turkmenistán: haciendo realidad el libro de Orwell
¿Sabías que en Turkmenistán está prohibido tener un coche negro? No es broma. Es solo una de las muchas excentricidades de un régimen que roza lo distópico y absurdo.
Imagen creada por El Patio Político
Si alguna vez pensaste que un dictador con ego desmesurado era un mito, es que no conoces a los líderes de Turkmenistán. El país ha sido gobernado, con mano de hierro y una dosis de surrealismo, por una serie de presidentes que parecen más personajes sacados de una novela distópica que de la realidad. Desde Saparmurat Niyazov, el autodenominado Turkmenbashí (líder de todos los turcomanos), hasta el actual presidente, Serdar Berdymujamedov, todo en Turkmenistán está pensado para alimentar el culto a la personalidad de un líder que, en su momento, decidió cambiar el nombre de los días de la semana. ¿Por qué? Porque, claro, ¿quién no querría que el lunes fuera “Gurbanguly”? ¿Te imaginas en España que Pedro Sánchez decidiera que el lunes sea “el día de Sánchez” o que Isabel Díaz Ayuso lo llamara “Ayusday”? Bueno, en Turkmenistán eso ya no es una idea loca, es política estatal.
En Turkmenistán no hay lugar para la simplicidad. No es suficiente con un presidente que se cree invencible, también se imponen leyes y normativas que son simplemente absurdas. ¿Te atreverías a dejarte crecer la barba? Olvídalo. ¿Quieres vestir de un color que no sea lo suficientemente patriótico? Mal empezamos. Y lo de tener un coche negro, bueno, ya te lo hemos contado: es un crimen contra la estética nacional. Todo esto parece un espectáculo de circo, pero en Turkmenistán, el circo es la vida diaria de sus ciudadanos.
Y si pensabas que todo esto era parte de una campaña de marketing nacional para mantener el control, aquí viene lo más surrealista de todos: el Ruhnama. Este no es un libro cualquiera. El Ruhnama es la guía espiritual oficial del país, escrita por Niyazov, que no solo se estudia en las escuelas como si fuera una Biblia, sino que incluso se utiliza para aprobar el examen de conducir. No importa si no sabes cómo funciona el tráfico, si sabes de memoria las páginas de este libro, ¡ya puedes circular por las carreteras! Y no contento con eso, Niyazov decidió que el Ruhnama debía viajar al espacio. Sí, al espacio, como si fuera el logro más grande de la humanidad. Imagina un mundo donde los libros sagrados sean enviados al cosmos como trofeos de egolatría. Pues eso es Turkmenistán.
Libro sagrado de Turkmenistán
Pero en este país no todo es represión y control total… también es pet friendly. En 2020, el entonces presidente Gurbanguly Berdimuhamedow mandó erigir en pleno Asjabad una estatua dorada de 15 metros dedicada al Alabay, una raza canina autóctona convertida en símbolo nacional de fuerza, orgullo y lealtad turcomana. Pero no se quedó ahí. Este perro no solo adorna plazas, también protagoniza la diplomacia más surrealista del régimen: Berdimuhamedow ha regalado cachorros de esta raza a los pocos jefes de Estado que se atreven a pisar Turkmenistán, incluido Vladimir Putin. Porque claro, ¿quién necesita tratados multilaterales cuando puedes regalar un perrito autócrata made in Turkmenistán?
Putin con el presidente del país
Pero no solo el pasado está marcado por estos desvaríos. Desde 2022, el presidente actual, Serdar Berdymujamedov, ha seguido los pasos de su padre, Gurbanguly, y ha asumido el poder sin mayores discusiones. No hubo elecciones libres ni un mínimo atisbo de democracia. Simplemente, la dinastía continuó, y el joven Serdar, después de su propio desfile de propaganda, fue coronado como líder. Y por supuesto, él también está contribuyendo a la tradición de sus predecesores: no hay estatuas doradas de Serdar por el momento, pero ya sabemos que a los grandes líderes les encanta ver su propio rostro reflejado en el bronce.
La gran pregunta es, ¿cómo se vive bajo un régimen totalitario? Pues la respuesta es simple: con miedo. En Turkmenistán, hablar mal del presidente no solo es peligroso, es un riesgo constante para tu libertad. No basta con que el gobierno controle el sistema político y mediático; el régimen se mete en la vida privada de las personas de forma descarada. ¿Te atreves a organizar una reunión de amigos? No lo hagas. ¿Quieres leer algo que no esté aprobado por el régimen? Mejor ni lo intentes. No hay espacio para las libertades individuales. El Estado regula absolutamente todo, desde la manera en que vistes hasta lo que lees, lo que piensas e incluso lo que dices en privado.
En este tipo de régimen, la represión no es solo política, es total. Nadie está a salvo. Las conversaciones privadas pueden ser escuchadas, los correos electrónicos pueden ser leídos y las opiniones contrarias al régimen pueden ser castigadas con severidad. Si alguna vez te atreves a levantar la voz, te enfrentas no solo a la cárcel, sino a un sistema diseñado para despojarte de tu identidad. La disidencia no tiene cabida. La pregunta no es si puedes hablar, sino si te atreves a pensar algo distinto a lo que se te ordena pensar.
Y es en este punto donde la cosa se pone realmente inquietante. Mientras tanto, nosotros, en nuestras democracias imperfectas, seguimos inmóviles mientras los gobiernos se suceden y no se producen cambios que mejoren la vida de las personas. Pero, ¿sabías que el simple hecho de poder quejarte de un político sin que te encarcelen ya es un lujo que muchos no tienen? En Turkmenistán, no hay espacio para el desacuerdo. No hay lugar para la crítica pública, ni para la expresión personal. Todo está controlado y sometido al capricho de un líder que no soporta la mínima disidencia.
Ahora, pongámonos serios: la democracia, por muy imperfecta que sea, sigue siendo el mejor sistema que tenemos. ¿Por qué? Porque nos da algo que no podemos dar por sentado: el poder de cuestionar, de cambiar y de exigir. Si no aprovechamos esa libertad, si no nos involucramos para exigir un sistema mejor, si no utilizamos nuestra capacidad de protesta y crítica, nos estamos acercando a la pasividad de vivir bajo un régimen como el de Turkmenistán. No es exageración: el riesgo de callarnos y conformarnos con lo que hay es el mismo que el de vivir en un sistema donde se impone un solo pensamiento, un solo líder, y donde no se puede ni pensar ni hablar libremente.
No, no tenemos que conformarnos. La democracia necesita que la defendamos cada día. No se trata de vivir resignados, sino de aprovechar el poder que tenemos de opinar, de cambiar las cosas, de exigir nuestros derechos. La democracia es un sistema que solo funciona si nos involucramos en él, si no dejamos que los fallos del sistema se conviertan en excusas para no hacer nada. Porque mientras podamos cuestionar a los políticos, debatir, protestar y exigir, seguiremos teniendo en nuestras manos el poder de cambiar lo que no nos gusta. Y ese poder, amigos, es demasiado valioso como para dejarlo escapar.
Así que, la próxima vez que te quejes del sistema, hazlo desde la acción, desde la voluntad de mejorar. Aquí sí podemos cambiar las cosas, sí podemos opinar, protestar y exigir. No lo demos por sentado, porque esa es precisamente la razón por la que tenemos que seguir defendiendo la democracia.