¿Quién gana un debate? Pregúntale a Twitter
¿Quién gana un debate? Spoiler: el que argumenta mejor no es. Política 2.0: menos razón, más retuits.
Imagen elaborada por El Patio Político
Hoy, la política se parece más a una carrera de memes que a un intercambio de ideas. Nos hemos alejado tanto de la oratoria clásica que ya no hace falta ser un gran orador; basta con crear un discurso para ser viral. En los debates, no gana quien construye mejor sus argumentos, sino quien deja el momento más compartible. ¿No lo crees? Pregúntale a Feijóo, que en el último gran cara a cara en España no fue recordado por sus propuestas, sino por unos papeles que nadie leyó pero que acabaron convertidos en memes.
Y hablando de historia: ¿quién recuerda lo que dijo Nixon en su primer debate contra Kennedy en 1960? Probablemente nadie. Pero todos recuerdan su sudor, su mala puesta en escena y esa lección eterna: un mismo debate puede tener dos ganadores, todo es cuestión de percepción. En la política de hoy, el contenido importa menos que la percepción. Y la percepción se construye... después del debate.
Volvamos al origen. En 1960, el primer debate presidencial televisado entre John F. Kennedy y Richard Nixon inauguro una nueva era. Nixon, veterano y sólido, hablaba con contundencia; pero Kennedy, impecable, joven y sereno, parecía recién salido de la portada de una revista. Para quienes lo escucharon por radio, Nixon ganó. Pero para los que lo vieron por televisión, fue Kennedy quien salió victorioso debido a su cuidada imagen y puesta en escena. El sudor, la palidez y la postura cansada de Nixon terminaron marcando la diferencia. Desde entonces, la imagen comenzó a pesar tanto como las ideas en los debates.
Kennedy y Nixon en pleno debate
Durante décadas, los debates fueron el plato fuerte de cualquier campaña, sobre todo en sistemas presidenciales como el estadounidense. El formato clásico —dos atriles o una mesa, un moderador, cronómetro en mano— intentaba simular un ejercicio de deliberación racional. Pero la política nunca ha sido completamente racional.
En América Latina, los debates se incorporaron más tarde. En países como Argentina, México o Brasil, su historia ha sido desigual: a veces obligatorios, otras veces boicoteados, y a menudo transformados en shows. En Europa, su protagonismo creció a la par que lo hacía la cobertura mediática. El auge de nuevos partidos en España como Ciudadanos o Podemos, por ejemplo, abrió la puerta a debates a cuatro que antes eran impensables. Aunque parezca una tontería, en los debates se negocia todo al milímetro: si se harán sentados o de pie, la distancia entre los candidatos y los atriles, el lugar que ocupará cada uno —¿me interesa más estar junto a mi aliado o frente a mi rival?—, los temas a tratar, el orden de intervención, quién empieza y quién cierra cada bloque. Incluso ese famoso "minuto de oro", en el que cada candidato te mira directamente a través del televisor para arañar tu voto, está pactado con precisión quirúrgica.
Audiencia en televisión de los principales debates.
Llegan las redes, el debate se fragmenta.
Con la llegada de las redes sociales, todo cambió. Ya no hace falta sentarse frente al televisor a la hora exacta: basta con esperar los mejores (o peores) momentos en Twitter, TikTok o la sobremesa de WhatsApp. El debate se volvió on demand, fragmentado, reinterpretado en tiempo real y absorbido por el ruido digital.
El momento más recordado de un debate rara vez tiene que ver con una propuesta. Suele ser un meme, un traspié, una frase ambigua o una cagada. Y si tiene potencial viral, mejor aún. A veces, ni siquiera importa lo que se dice en el escenario, sino cómo se llega a él. Pablo Iglesias, exlíder de Unidas Podemos, solía aparecer en taxi mientras los demás llegaban en coche oficial. Un guiño claro al sector del taxi frente a los VTC. La foto se compartía al instante. Aunque —según cuentan las malas lenguas— todo era parte del teatro: Iglesias llegaba en coche particular, se bajaba una calle antes y se subía a un taxi solo para la foto. En política, cada paso (literalmente) cuenta.
Pablo Iglesias llegando en Taxi a un debate.
¿Influyen los debates en el voto?
Depende a quién se lo preguntes. Para algunos, el debate es el momento sagrado para comparar propuestas, estilos y liderazgos. Para otros, es un combate de gladiadores con corbata. Pero si hablamos de impacto real... la Ciencia Política tiene una respuesta clara: poco, aunque no nada.
Los estudios coinciden en que los debates rara vez cambian votos de forma masiva. Suelen reforzar percepciones previas, activar a los indecisos o despejar dudas. No convierten a un fan de Trump en votante de Biden, pero pueden movilizar a quien dudaba entre abstenerse o votar.
En España, por ejemplo, una encuesta del CIS tras las elecciones generales del 10 de noviembre de 2019 reveló que solo el 4,2% de quienes vieron el debate cambió su intención de voto después de verlo. Es decir, el impacto existe, pero es limitado y suele afectar al votante indeciso.
La verdadera batalla: el postdebate
En el modelo clásico, el debate terminaba y comenzaban las tertulias: expertos, encuestas, columnas. Hoy, todo eso sigue... pero ha sido superado por una narrativa paralela, instantánea y visual que nace en redes sociales y la edita cualquiera. Aquí entra en juego un concepto clave: el clipping.
Clipping es seleccionar, cortar y empaquetar momentos clave del debate para que circulen en redes. Una tarea que ya no es exclusiva de los medios, sino también —y sobre todo— de los equipos de campaña de los partidos. La prioridad no es explicar bien tu plan de salud, sino soltar una frase con gancho, una mirada cómplice o un gesto que pueda convertirse en meme.Y si el debate fue mal, aún queda el damage control. Un equipo digital ágil puede remontar una mala noche con memes autocríticos, videos creativos o frases resignificadas. El objetivo: salir mejor parado que tu adversario, aunque sea en diferido.
En el debate de 2023 entre Pedro Sánchez y Feijóo, esto fue clarísimo. Feijóo llevó unos papeles con datos que nadie entendió, pero la imagen se viralizó en su contra. Los papeles se convirtieron en stickers, gifs, bromas. Igual pasó con las caras de enfado de Sánchez, que recorrieron redes con subtítulos irónicos.
Memes en redes del debate entre Sánchez y Feijóo.
La clave está en entender que el debate ya no se gana en directo. Se gana (o se salva) después.
Pongamos el ejemplo del PSOE en ese mismo cara a cara. Las expectativas eran claras: Sánchez tenía experiencia, soltura, dominio del cuerpo a cuerpo. Incluso dentro del PSOE se daba por hecho que Feijóo saldría muy debilitado. Pero el cara a cara sorprendió. Sánchez estuvo errático y superado ante un Feijóo más agresivo de lo habitual. La percepción inicial general fue que el líder del PP había dominado el debate.
Pero entonces entró en juego el posdebate. El equipo de comunicación de Sánchez reaccionó rápido: desmontó, una a una, las inexactitudes del candidato popular y las empaquetó hablando de “los bulos de Feijóo” en vídeos visuales y compartibles que inundaron las redes sociales. En menos de 24 horas, la narrativa había cambiado: ya no se hablaba exclusivamente del "baño de Feijóo a Sanchez", sino de los bulos. La conversación giró. Titulares, tertulias y redes empezaron a enfocarse en las falsedades de Feijóo. Una jugada maestra.
Eso es remontar el posdebate. No se trata de negar que tu rival estuvo mejor, sino de reconducir la conversación hacia tu terreno. Si no puedes ganar, al menos asegúrate de que no pierdes. Con un buen equipo y velocidad de respuesta, eso es más que posible. Por algo es conocido en el mundillo de la comunicación política al PSOE como “el equipo de comunicación sincronizada”, haciendo un paralelismo con los equipos de natación sincronizada, donde todos se mueven al unísono, de forma rápida y precisa, transmitiendo un mismo mensaje.
¿Quién gana un debate?
Lo cierto es que el impacto de un debate no depende tanto del contenido o la calidad del discurso, sino de la suma de esto junto a la narrativa emocional que se construya antes, durante y después del debate. Los memes, los vídeos editados, los comentarios en tiempo real y las encuestas posteriores al debate dan forma a una percepción colectiva que muchas veces pesa más que los hechos racionales.
En este nuevo ecosistema, el “ganador” del debate no es quien propone las mejores soluciones, sino quien las propone y logra con un mayor efecto conectar emocionalmente con la audiencia. Y esa conexión ya no se mide exclusivamente por los datos de una encuesta, sino por la cantidad de likes, shares y retuits que recibes en redes.
En un mundo donde cada segundo puede convertirse en viral, los candidatos afinan hasta el más mínimo gesto. Una frase o un objeto bien utilizado puede ser más efectivo que todo un discurso. Mostrar una hoja con cifras claras, sacar un objeto simbólico o enseñar una foto reveladora puede hacer que tu mensaje cale mucho más… o convertirse en tu peor pesadilla.
Albert Rivera lo sabe bien. El exlíder de Ciudadanos convirtió el uso de objetos en un sello personal: llevó un adoquín para hablar de violencia en Cataluña, desplegó un pergamino con cifras de corrupción, mostró fotos, carpetas y un largo elenco de objetos. Parecía que cada intervención venía con su propio unboxing. Al principio llamó la atención, pero luego cruzó la delgada línea entre el impacto y el ridículo.En uno de los debates clave, sacó tantos objetos que las redes lo compararon con un vendedor ambulante en pleno mercadillo. En vez de hablar de su mensaje, todos hablaban de sus cachivaches.
Meme sobre los objetos de Albert Rivera
Y aquí está la lección: el golpe visual es poderoso, pero solo si se dosifica. Si cada argumento necesita una escenografía distinta, acabas generando ruido. Y cuando el ruido eclipsa el fondo, tu mensaje se pierde. A veces, menos es más. Y un solo objeto, usado en el momento justo, vale más que una mochila llena de cosas.
Debatir ya no es lo que era
Así que sí, los debates siguen existiendo. Hay cámaras, hay atriles, hay moderadores muy serios que intentan que todo parezca importante. Pero no nos engañemos: el verdadero partido no se juega en el plató, sino en el timeline. No gana quien tiene la mejor propuesta de política fiscal, sino quien clava el gesto, quien lanza la frase con más pegada o quien tiene un equipo detrás listo para convertir cualquier plano en oro digital.
Los debates se han convertido en un trampolín para la viralidad, no para la profundidad. ¿Qué importa que no respondas a la pregunta, si has soltado una frase digna de camiseta o de reel de TikTok con autotune de fondo? Si alguien lo convierte en meme antes de que se enfríe, ya hiciste el trabajo.
Y ojo, esto no va solo de reírse. Va de estrategia, de control del relato y de dominar el terreno donde hoy se decide la opinión pública: las redes. Porque mientras algunos siguen jugando al ajedrez político de toda la vida, otros están en modo Fortnite: construyendo rápido, editando más rápido aún y soltando frases que te dejan tieso.
¿Es esto bueno para la democracia? Depende. ¿Es inevitable? Completamente. Porque en la política de 2025, si no estás preparado para convertirte en meme —o, mejor aún, en trending topic—, es mejor que ni te subas al escenario. Porque aquí ya no gana el que convence. Gana el que se viraliza.
Y a los fans de los grandes clásicos: sí, las propuestas están muy bien… pero ¿las vas a colgar en tu Instagram? No lo creo
Genial este artículo.
Como bien se dice en él:
....aquí ya no gana el que convence. Gana el que se viraliza.
Y me pregunto si la degradación de la política que estamos viviendo a todos los niveles no se debe a esta tendencia a ignorar lo importante y fijarse en los memes....los twits...lo banal y divertido.
Mientras nos siguen mintiendo y manejando.