¿Por qué nos siguen definiendo como rojos o fachas?
Usamos diariamente los términos izquierda y derecha para definir a alguien que piensa de una determinada forma, pero ¿los usamos bien?
En las discusiones políticas que vivimos en el día a día, rara vez pensamos en profundidad cuando usamos los términos "izquierda" y "derecha". ¿Cuántas veces hemos escuchado un “rojo” o un “facha” lanzado al aire como si fuera una sentencia definitiva, un juicio de valor sin más matices? Estos términos se han reducido a etiquetas de confrontación fácil, símbolos que nos permiten señalar rápidamente a quien tenemos enfrente sin la necesidad de adentrarnos en un análisis profundo de lo que realmente representan ,pero ¿qué hay detrás de esas palabras que, a fuerza de ser repetidas, parecen haber perdido su significado? ¿Sabemos realmente qué significa ser de izquierdas o de derechas?
¿Cuál es el origen de los términos “izquierda” y “derecha”?
Los términos "izquierda" y "derecha" en política tienen su origen en un momento clave de la historia: la Revolución Francesa de finales del siglo XVIII. Más específicamente, surgieron durante las sesiones de la Asamblea Nacional Constituyente. En el salón donde se reunían los representantes, la distribución de los asientos adquirió un significado político que inicialmente era práctico, pero que pronto se convirtió en simbólico y luego ideológico.
Aquellos que defendían la monarquía, los privilegios tradicionales de la nobleza y el clero, y el mantenimiento del orden establecido se ubicaron a la derecha del presidente de la Asamblea. En ese lado se reunían quienes buscaban preservar las jerarquías sociales y el poder centralizado del rey. Por otro lado, a la izquierda del presidente se sentaron los delegados que abogaban por una transformación profunda de la sociedad. Este grupo incluía a republicanos, reformistas y defensores de la igualdad, quienes cuestionaban los privilegios aristocráticos y apoyaban la creación de un sistema basado en los principios de libertad, igualdad y fraternidad.
Esta disposición física, inicialmente una característica logística de la sala, rápidamente se cargó de significado. En un contexto de debates apasionados sobre los derechos del hombre, la soberanía popular y la redistribución del poder, el "lado derecho" pasó a identificarse con las posiciones reticentes al cambio, mientras que el "lado izquierdo" se asoció con las posturas que defendían la renovación. Con el tiempo, esta división espacial se convirtió en una distinción ideológica más amplia, y los términos "izquierda" y "derecha" trascendieron el marco de la Asamblea Nacional para convertirse en categorías políticas reconocibles en todo el mundo
Durante siglos, el eje izquierda-derecha ha funcionado como una herramienta simplificadora, un modelo al que recurrimos para ordenar el caos de la realidad política. Nos ha ayudado a ubicar a partidos, movimientos y personajes dentro de una etiqueta, dándonos una aparente claridad sobre las diferencias ideológicas. Lo que antaño nos ayudaba a ordenar el espectro político ahora se ha transformado en un desafío constante de interpretación.
Izquierda y derecha: lo que las etiquetas no te cuentan
Imagina que estás en un bar con nuevos amigos y alguien suelta la gran pregunta: “¿vosotros qué sois, de izquierdas o de derechas?” De repente, la conversación se convierte en un campo minado. Todos se miran, algunos sonríen con complicidad, otros sienten la presión de justificar sus creencias, mientras que algunos afilan la lengua, listos para defender su postura, y otros ya tienen la respuesta preparada, como si fuera una etiqueta que los define por completo. Si dices que eres de izquierdas, te encasillan al instante: creen que eres un defensor incondicional del gobierno actual, que ves al capitalismo como el enemigo número uno y que, tal vez, guardas una hoz y un martillo en tu armario. Si te declaras de derechas, también te marcan: eres el que defiende lo tradicional sobre lo moderno, el que pone a los empresarios por encima de los derechos de los trabajadores, el que no duda en alzar la bandera española cuando otros la cuestionan. Y, en algunos casos, si te adentras demasiado en ciertas posturas, te etiquetan rápidamente como “facha”. Porque en política, más que en ningún otro ámbito, las etiquetas pesan, se adhieren y, muchas veces, terminan hablando más de quien las pone que de quien las lleva.
Pero, ¿realmente es tan simple? Izquierda y derecha son más que dos bloques opuestos; dentro de cada uno hay matices, tensiones y contradicciones que rara vez se reconocen. No es un tablero de ajedrez con piezas blancas y negras, sino un mosaico de ideologías que chocan entre sí. Stalin difícilmente compartiría café con Pedro Sánchez sin que la charla termine en una discusión encendida, del mismo modo que Franco difícilmente encontrará puntos en común con Juanma Moreno, aunque ambos sean etiquetados como “derecha”. De hecho, Pedro Sánchez se entenderá mejor con Juanma Moreno que con Stalin, pese a que, en teoría, comparten bando en la “izquierda”.
En España, la línea entre ser de izquierdas o de derechas a menudo se reduce a una simple vinculación con un partido. Eres de izquierdas si votas al PSOE, de derechas si tu voto va al PP, y si te decides por Vox, automáticamente te conviertes en parte de la "extrema derecha". De la misma forma, si apoyas a Sumar o a Podemos, te etiquetan como "extrema izquierda". Esta simplificación lleva a una polarización feroz, donde los partidos se convierten en verdaderas parroquias, y sus seguidores profesan un dogma único: “soy de izquierdas porque voto al PSOE” o “eres un rojo por simpatizar con Pedro Sánchez”. Y, curiosamente, si te opones al presidente, automáticamente te colocan en el bando de la derecha. Así, el espectro político se convierte en un tablero donde los matices y las diferencias se difuminan bajo un manto de etiquetas que, más que aclarar, confunden y polarizan.
En las democracias liberales, la diferencia entre izquierda y derecha no es tan simple como un choque de bloques enfrentados; se trata de matices que se profundizan, especialmente en cuestiones económicas y culturales. En lugares como España, donde casi todos los partidos aceptan la intervención del Estado como parte de un modelo democrático y social, la verdadera confrontación no se da en torno a la necesidad de intervención estatal, sino en cómo gestionarla: ¿subir o bajar los impuestos? ¿Cómo debe regularse la economía? Sin embargo, el verdadero abismo entre los dos lados emerge cuando hablamos de cultura. Temas como el feminismo, el ecologismo, las identidades territoriales… se asocian tradicionalmente con la izquierda, mientras que la derecha suele mostrarse más cautelosa o incluso contraria. Pero estas diferencias no siempre reflejan una división ideológica clara de "izquierdas" y "derechas"; más bien, son el resultado de cómo ciertos temas se han apropiado y politizado en un momento histórico concreto, marcando la agenda de cada bloque de manera distinta.
A lo largo del tiempo, hemos ido llenando la etiqueta de "izquierda" y "derecha" con un catálogo de valores, principios y posturas que, en muchas ocasiones, no tienen nada que ver con las ideologías que originalmente las definieron. Tomemos el modelo autonómico, por ejemplo, o la defensa de un mayor federalismo en España. En el imaginario colectivo, estos temas suelen asociarse a la izquierda, pero en realidad, tienen más que ver con posturas liberales que abogan por la fragmentación del Estado en pequeños territorios que compiten entre sí. Históricamente, la mayoría de la izquierda ha sido jacobina, defendiendo el centralismo democrático y buscando una unidad en torno a un Estado fuerte.
En cuanto a los impuestos, otro claro ejemplo: generalmente, asociamos el apoyo a la bajada de impuestos con la derecha, y la idea de que la izquierda promueve su subida. Sin embargo, esta visión es más superficial de lo que parece. Incluso el propio Marx, en un contexto distinto al actual, dijo una vez: “¡el pago de impuestos es un acto de alta traición, negarse a pagarlos es el primer deber del ciudadano!” Una frase que sorprendería a más de uno hoy, pero que demuestra cómo las etiquetas de "izquierda" y "derecha" se han ido deformando con el tiempo. Y lo mismo ocurre con los temas culturales: creemos que ser ecologista o feminista es una postura de izquierdas, y que la derecha está en contra. Pero estos no son temas intrínsecamente ideológicos; más bien, han sido apropiados y capitalizados en un momento determinado por ciertos bloques, perdiendo así su carácter original y convirtiéndose en banderas políticas en manos de quien las pueda utilizar para su beneficio.
El debate entre izquierda y derecha es mucho más que una lucha de etiquetas. Muchas veces, lo que se asocia con izquierda o derecha no tiene que ver con las ideologías originales, sino con el momento político en el que se vive. Las etiquetas se han vuelto tan infladas y distorsionadas que, más que aclarar, confunden y ocultan las verdaderas diferencias.
¿Cómo lo perciben los españoles?
Si en el apartado anterior hemos visto cómo las etiquetas de izquierda y derecha se han ido deformando con el tiempo, ahora toca preguntarse: ¿cómo se reflejan realmente en la sociedad española? ¿Siguen siendo categorías útiles para entender el panorama político actual?
El eje izquierda-derecha es una herramienta habitual para evaluar la ideología de partidos, políticos y ciudadanos. Durante décadas, el CIS ha preguntado a los españoles dónde se ubican en esta escala, aunque en los últimos años ha modificado la serie histórica. Los datos muestran que la mayoría se sitúa en posiciones intermedias, con una ligera inclinación hacia el centro-izquierda. Otro grupo se ubica en la izquierda de forma más definida, mientras que la derecha cuenta con una representación más minoritaria. Sin embargo, la forma en que se plantea esta pregunta influye en las respuestas: la asignación de los extremos (1 para la izquierda y 10 para la derecha) puede hacer que muchos ciudadanos se ubiquen en posiciones centrales, buscando una etiqueta más moderada o simplemente evitando posicionarse de manera tajante.
Fuente: elaboración propia a partir de datos del CIS.
El peso de las posiciones intermedias, combinado con quienes no saben o no contestan, sugiere que muchas personas no se sienten completamente identificadas con el eje izquierda-derecha. Esto refuerza la idea de que, aunque la sociedad española se inclina levemente hacia el centro-izquierda, existe una fragmentación ideológica y una falta de claridad en la autoubicación política. Además, factores como el contexto político o el rechazo a las etiquetas pueden influir en estas respuestas. Por ello, para obtener un análisis más preciso, las encuestas suelen incluir preguntas adicionales, como la ubicación ideológica de los partidos en el mismo eje.
Un aspecto interesante de estas encuestas es que los ciudadanos sitúan a los partidos de manera diversa a lo largo del espectro. En el caso del PSOE, por ejemplo, hay quienes lo consideran firmemente de izquierdas, mientras que otros lo ubican en el centro o incluso en el centro-derecha. Algo similar ocurre con el PP, que es identificado desde el centro hasta la derecha más fuerte. En contraste, Vox y Unidas Podemos generan menos dudas: la mayoría de los encuestados los posiciona en los extremos de sus respectivos bloques ideológicos. El caso de Más País es distinto, ya que, al ser un partido relativamente nuevo (especialmente en 2022, cuando se realizaron estas mediciones), una gran parte de la población no sabe dónde ubicarlo, aunque quienes lo hacen lo sitúan mayoritariamente en la izquierda, con disparidad en la intensidad de su ideología.
Fuente: elaboración propia a partir de datos del CIS.
¿Qué conclusión podemos extraer de todo esto? Que la división entre izquierda y derecha sigue siendo una referencia importante, pero su significado se ha vuelto más difuso. No hay criterios claros ni consensuados para determinar qué significa exactamente ser de izquierdas o de derechas, lo que provoca que distintas personas ubiquen a un mismo partido en posiciones ideológicas muy diferentes.
Entender es más importante que etiquetar
Al final, los términos izquierda y derecha son etiquetas que simplifican en exceso la realidad política. Identificarse con una de estas categorías puede parecer una declaración clara, pero en el fondo es una clasificación imprecisa que no define realmente a una persona.
Si te preguntaran qué defiende la izquierda y qué defiende la derecha, ¿qué responderías? La respuesta no es tan sencilla como parece. Todo depende de la corriente ideológica dentro de cada bloque, porque dentro de la izquierda y la derecha conviven visiones que, en muchos casos, son incompatibles entre sí. Decir "soy de izquierdas" o "soy de derechas" es tan genérico como afirmar "me gusta el deporte", sin especificar si prefieres el baloncesto, el tenis o el fútbol, e incluso dentro de este último, si te inclinas más por el fútbol sala o el fútbol 11. La política, al igual que el deporte, no es un espacio homogéneo, sino un entramado de matices, conflictos y diferencias que no pueden reducirse a una simple etiqueta.
La vida está llena de ejemplos de amigos que dejaron de hablarse por defender sus ideas, padres que se distanciaron de sus hijos por apoyar partidos contrarios o abuelos enfadados con sus nietos por ser demasiado “rojos”. Y todo esto ¿merece la pena? Lo que surgió como una forma sencilla de explicar la complejidad de la política hoy nos divide, nos separa y nos aleja de lo más importante que son nuestros seres queridos. Los ciudadanos tienen el deber de evitar que la crispación, la polarización y la división que domina la política cale en sus relaciones personales.
La política debe ser el lugar donde habite la razón y la comprensión, pero hoy preocupan más los sentimientos, emociones y pasiones. Hoy, la política está llena de miedo, el contrario es un fascista o un comunista, depende del bloque donde te sitúes, y eso no es verdad. Tu colega no es un comunista por ser de izquierdas, ni tu eres un fascista por ser de derechas. Hoy donde todo es blanco o negro, hace falta usar la razón más que nunca.
Si permitimos que la polarización determine nuestras relaciones, estaremos reduciendo la riqueza del debate a un simple juego de bandos enfrentados. La ideología no define por completo a una persona, ni convierte a un amigo en enemigo, a un padre en adversario o a un abuelo en alguien ajeno. Hoy, donde todo parece dividirse entre rojos y azules, es más necesario que nunca recuperar los matices. La verdadera fortaleza de una sociedad no está en la uniformidad, sino en su capacidad de entender, debatir y convivir con la diferencia.
Quizás ha llegado el momento de que, desde la ciudadanía, se empiece a criticar, despreciar y asi desactivar esa polarización inducida desde las élites políticas, que buscan el enfrentamiento por puros intereses de atrincheramiento en el poder.
Son ellos los que inventan los términos para conseguir enfrentarnos ( Feminazis, Fachosfera....), y las redes sociales los amplifican.
Luchemos contra ellos, son alérgicos al sentido común.... y a la verdad.
Buscan ser dueños del relato inmediato.
Hay que tener un poquito de paciencia, y ahondar buscando la verdad.