¿Está de vuelta el centroderecha europeo?
Cuando parecía superado por los extremos y fuera de juego, el centroderecha empieza a recuperar terreno. ¿Qué ha pasado para que este espacio político vuelva a conectar con millones de votantes?
Imagen elaborada por El Patio Político
En las últimas décadas, el diagnóstico parecía claro: los partidos tradicionales estaban en crisis. En Europa, los consensos que marcaron la política tras la Segunda Guerra Mundial —basados en la alternancia entre centroizquierda y centroderecha— se veían como cosa del pasado. El escenario había cambiado: ciudadanos desencantados, partidos nuevos por todas partes y un ambiente político cada vez más polarizado. El centroderecha (formado por conservadores, liberales y democristianos) parecía uno de los grandes perdedores de este nuevo tiempo. Muchos lo veían como anticuado, desdibujado y sin gancho en una sociedad que se movía entre el progresismo cultural y la rabia nacionalpopulista. Y, sin embargo, algo está cambiando.
Los resultados de las elecciones europeas de 2024 y diferentes posteriores victorias en relevantes estados miembros de la Unión han desmentido —al menos en parte— ese pronóstico. En los comicios europeos, el Partido Popular Europeo (EPP) no solo frenó su declive: ganó escaños, consolidó su presencia institucional y recuperó gobiernos clave como Alemania, Portugal o Grecia. En España y Alemania, partidos como el PP o la CDU, que venían de cosechar sus peores resultados, volvieron a liderar el panorama político.
La clave del renacer del centroderecha no reside únicamente en el desgaste de sus adversarios. Tampoco en una reinvención radical de su ideología. Lo que parece haber cambiado es el propio eje ideológico de las sociedades europeas. Así lo refleja una investigación comparada sobre comportamiento electoral en España y Alemania entre 2019 y 2025: hay un desplazamiento del electorado hacia posiciones más conservadoras en cuestiones clave como inmigración, seguridad, identidad nacional y orden institucional.
El centroderecha ha aguantado el tipo. Y lo más interesante: no lo ha hecho cambiando de piel, sino siendo más fiel a lo que siempre fue. ¿Cómo es posible?
Nuevas mayorías, viejos clivajes superados: de la crisis a la reconversión.
El secreto no está tanto en que el centroderecha se haya reinventado por completo, sino en que el entorno político se ha desplazado. Asistimos en Occidente a una profunda transformación sociológica y de valores sobre la que se han vertido auténticos ríos de tinta, que pueden resumirse en una ‘derechización’ generalizada de la sociedad occidental.
Y lo más revelador es que este giro no ha beneficiado exclusivamente a la derecha radical. Las formaciones tradicionales de centroderecha han logrado capitalizar parte de ese movimiento sin alterar sustancialmente sus postulados. De hecho, su moderación, antes considerada una debilidad, ahora se presenta como virtud en un entorno de extremos.
Entre 2015 y 2019, el retroceso del centroderecha europeo fue evidente. En Alemania, la CDU de Merkel perdía terreno ante una AfD en ascenso. En España, el PP sufría una inédita fragmentación por su derecha (VOX) y su centro (Ciudadanos), cayendo en 2019 a su peor resultado histórico.
Pero la consolidación en los parlamentos de las derechas populistas radicales alteró el juego. Al desplazar el debate hacia posiciones más conservadoras, estas fuerzas normalizaron discursos que antes eran marginales. En consecuencia, los partidos tradicionales pasaron a ser vistos como alternativas equilibradas: lo suficientemente firmes frente al relativismo progresista, pero sin la radicalidad rupturista del populismo. El resultado: una recuperación electoral, sobre todo entre los votantes ideológicamente centristas.
El centroderecha, sin moverse de su sitio, ha visto cómo el electorado se desplazaba hacia él. Esa paradoja explica buena parte de su renovada centralidad.
¿Qué dicen los datos?
Un análisis de los microdatos electorales del CIS (España) y el GLES (Alemania) entre 2019 y 2025 muestra lo siguiente:
Los votantes se han movido un poco más a la derecha. Aunque sea un cambio leve, en ambos países la media ideológica ha girado hacia posturas más conservadoras. Esto podría significar que discursos que antes parecían duros ahora resultan más asumibles o incluso populares. Así lo refleja la comparación entre el presente y el pasado ciclo electoral en Alemania y España: existe un crecimiento del electorado ubicado en los tramos de la derecha de la escala ideológica. No obstante, llama la atención como al mismo tiempo crecen también los votantes más ubicados a la extrema izquierda (haciéndose más evidente en el caso español). Por ello, cabría plantearse ¿estamos ante una ‘derechización’ electoralmente, o realmente asistimos a una polarización recíproca entre extremos?
El centroderecha ha vuelto a atraer al votante moderado. No solo gana entre los suyos, sino también entre votantes que se sitúan en el centro e incluso en la centroizquierda. En España, con la caída de Ciudadanos, ese espacio quedó libre para el PP. En Alemania, Friedrich Merz ha dado a la CDU un liderazgo más claro sin perder transversalidad. Así lo muestran las gráficas de aumento de probabilidad de voto al PP y a la CDU con respecto a hace cuatro años: aunque crecen en todos los tramos ideológicos, en España el crecimiento de votantes es mayoritario en el centro y centro-derecha; mientras que en Alemania se produce en el centro y centro-izquierda.
La clase social o la religión ya no predicen tanto el voto. Antes, ser anciano, religioso o de clase media-alta era casi garantía de votar a la derecha. Hoy, ya no exclusivamente. El centroderecha está consiguiendo atraer a jóvenes, personas no religiosas y votantes de niveles educativos variados
Competencia con la derecha radical: No es un juego de suma cero. Aunque AfD o VOX mantienen un apoyo significativo, no han absorbido enteramente al centroderecha (como sí ha ocurrido en Francia o Italia). En un entorno fragmentado, este ha sabido reconstruir mayorías sin necesidad de transformarse en partidos "atrapalotodo", sino recuperando el centro ideológico y electoral desde su posición histórica.
¿El retorno de los Volksparteien?
Uno de los hallazgos más interesantes es la creciente transversalidad del electorado del centroderecha. Aunque persisten patrones clásicos —mayor apoyo entre personas mayores o católicas—, cada vez más jóvenes y votantes de clase media perciben estas formaciones como opciones estables y responsables.
Este fenómeno evoca la figura del Volkspartei —los partidos populares en el sentido más estricto del término- que, en la Europa de posguerra, lograban representar transversalmente a una sociedad plural. ¿Estamos asistiendo a un retorno de los Volkspartei? Tal vez no en el sentido clásico, pero sí en una forma adaptada a la nueva realidad: partidos que logran reconstruir mayorías amplias en un contexto de alta fragmentación, gracias a su capacidad de integrar demandas conservadoras sin caer en el populismo. Una fórmula pragmática, institucionalista y al mismo tiempo sensible al nuevo clima cultural
En Alemania, no obstante, emerge un reto inquietante: la brecha generacional se acentúa. Mientras los jóvenes muestran una creciente simpatía por la nueva derecha radical, los mayores se desplazan hacia la izquierda. En España, el giro conservador entre los jóvenes también es perceptible, aunque carece aún de una expresión partidaria definida.
El centroderecha encara ahora un dilema estratégico de fondo: ¿cómo seguir siendo un proyecto transversal sin perder a las nuevas generaciones, más críticas con el consenso liberal que lo vio nacer? ¿Cómo hablarles a jóvenes que desconfían tanto del sistema como de las grandes siglas que lo han sostenido?
Retos pendientes y preguntas abiertas
En cualquier caso, una cosa está clara: nada garantiza que este regreso sea duradero. La competencia con los populismos sigue muy viva. La polarización en redes, el desgaste institucional y la desafección social también afectan al centroderecha. Y su posición intermedia, a medio camino entre el orden y la crítica al sistema, lo obliga a tomar decisiones incómodas. ¿Debe asumir parte del lenguaje populista para mantenerse competitivo, o marcar una línea roja clara y firme en defensa de la democracia liberal?
La pregunta es crucial. Si el eje político del futuro en Europa ya no gira en torno a izquierda y derecha, sino entre democracia liberal y populismo autoritario, el papel del centroderecha será decisivo. No sería la primera vez. En los años cuarenta del siglo pasado, esta familia política fue, junto a la Socialdemocracia, la columna vertebral de la reconstrucción democrática en Europa. Hoy podría volver a serlo. Pero ¿está preparada?
En este nuevo escenario, su éxito no dependerá de mimetizarse con las modas ideológicas del momento, sino de ofrecer algo más valioso: una idea coherente de estabilidad, responsabilidad y renovación. La tentación de competir con el populismo en su terreno puede dar resultados rápidos, pero a la larga debilita las bases del propio sistema democrático que hizo posible su existencia como fuerza de gobierno.
La verdadera clave estará en saber combinar lo mejor de su legado con respuestas audaces para los desafíos del presente. En mostrar firmeza sin caer en rigideces, apertura sin perder el norte. Y, sobre todo, en volver a representar —en medio de un tiempo marcado por el ruido, el miedo y la incertidumbre— una opción razonable para una mayoría razonable.