Cuando la política patea el balón
Clubes con ideología política, partidos que se transforman en guerras, revanchas políticas y una FIFA con un criterio cuestionable. El fútbol en ocasiones se convierte en un campo de batalla política.
Imagen elaborada por El Patio Político
El fútbol ha sido descrito como "el opio del pueblo", pero también como un espejo de la sociedad. En sus 90 minutos de juego, puede contener las tensiones políticas de un país, revivir viejas heridas o convertirse en un arma de diplomacia. El balón ha servido tanto para unir naciones como para avivar tensiones políticas. Ha sido un campo de batalla sin armas, donde los gestos tienen el poder de provocar reacciones diplomáticas, desatar conflictos o convertirse en símbolos de resistencia. A lo largo de la historia, ha sido utilizado por dictaduras como herramienta de propaganda, por movimientos sociales como un símbolo de resistencia y por gobiernos como un instrumento de presión diplomática.
En este artículo exploraremos esos momentos en los que la política y el fútbol se entrelazan de forma inevitable. Clubes que llevan en su ADN ideologías que los definen, guerras que encontraron su detonante en un partido, revanchas políticas que se jugaron en el césped y un sistema de poder dentro del fútbol que aplica un doble rasero según la conveniencia.Más que un simple deporte, el fútbol ha sido un escenario donde se dirimen conflictos de poder y se reescriben narrativas nacionales
¿Clubes de fútbol con ideología?
Hay equipos que son mucho más que un escudo y once jugadores sobre el césped. Son banderas de una causa, trincheras de identidad y escenarios donde la política y el fútbol se entrelazan sin remedio. En algunos estadios, las gradas no solo cantan goles, sino que gritan consignas. En otros, un fichaje puede ser vetado no por su calidad, sino por su ideología. Y hay clubes cuya camiseta no solo representa a su ciudad, sino a un pueblo entero en lucha.
En Alemania, el St. Pauli ha alcanzado la distinción de ser el club antifascista por excelencia. Su hinchada, profundamente vinculada a la izquierda, ha transformado su estadio en un verdadero espacio de reivindicación social. Aquí ondean banderas con símbolos de izquierda, pancartas contra la discriminación y consignas en favor de los derechos humanos. En una Bundesliga dominada por grandes corporaciones y clubes multimillonarios, el St. Pauli sigue siendo un refugio de autenticidad, fiel a sus principios. El club ha sido inflexible al rechazar patrocinadores que contradigan sus valores y se ha comprometido a apoyar diversas causas sociales, reafirmando su identidad como un bastión de resistencia ante las presiones comerciales.
Imágenes de la grada del “St. Pauli”
En España, el Rayo Vallecano ha dado una lección de compromiso con su barrio. Representando al barrio obrero de Vallecas, el equipo y su hinchada han jugado un papel clave en la denuncia de las injusticias sociales a través de tifos y protestas en cada partido. Un momento que marcó la historia del club fue la negativa a fichar al delantero ucraniano Roman Zozulya, quien fue vinculado con la ideología nazi. Cuando la hinchada rayista supo de su fichaje, se movilizó de inmediato con pancartas y manifestaciones, exigiendo que el club cancelara la operación. El mensaje fue claro: para el Rayo Vallecano, el fútbol debía estar alejado de cualquier atisbo de fascismo y discriminación.
Aficionado del Rayo Vallecano con una octavilla en contra de Roman Zozulya.
Tifo de los “Bukaneros” (ultras del Rayo Vallecano) en contra del desahucio de una vecina de Vallecas
En Chile, el Club Deportivo Palestino ha demostrado ser mucho más que un simple equipo de fútbol. Fundado en 1920 por inmigrantes palestinos, este club se ha convertido en un símbolo de la resistencia palestina en América Latina. La camiseta del Palestino con los colores de Palestina ha sido portadora de importantes mensajes políticos, y uno de los episodios más polémicos ocurrió en 2014, cuando la federación chilena sancionó al club por incluir en los dorsales un mapa de Palestina anterior a 1948. Este gesto, cargado de simbolismo, desató un debate sobre la relación entre fútbol y política, pero también reafirmó la misión del equipo: no solo jugar al fútbol, sino mantener viva la causa palestina a través de la visibilidad en el deporte.
Jugadores del Club Deportivo Palestino luciendo un pañuelo palestino y el dorsal con el mapa de Palestina
En Inglaterra, el Clapton CFC, un modesto equipo de divisiones inferiores, también ha dejado una huella política a través del fútbol. Este club se ha ganado el respeto de muchos por rendir homenaje a la II República Española, vistiendo los colores de la bandera republicana en su camiseta y el clásico lema republicano “No Pasarán” en la parte trasera de su camiseta. El gesto honra la memoria de los brigadistas internacionales que lucharon en la Guerra Civil Española, y lo curioso es que esta camiseta se ha convertido en un éxito de ventas, aumentando la notoriedad del club inglés.
Camiseta “tricolor” del Clapton CFC
También relacionado con Palestina, aunque no proveniente directamente del club, la afición del Celtic de Glasgow, conocida por su marcado carácter de izquierdas, protagonizó un episodio controvertido. A pesar de que el club había pedido a sus seguidores que no trajeran banderas ni pancartas relacionadas con el conflicto palestino-israelí, los hinchas desobedecieron la advertencia. En un partido de la Champions League, desafiaron la directiva del club y exhibieron una impactante imagen al desplegar banderas palestinas. Como consecuencia, la UEFA sancionó al Celtic.
Afición del Celtic de Glasgow exhibiendo banderas de Palestina.
El día que un balón inició una guerra
El fútbol puede ser un campo de batalla simbólico, pero en algunos casos, la rivalidad trasciende el deporte y se convierte en un conflicto diplomático, una crisis internacional o incluso el detonante de una guerra real. Estas son las historias más explosivas donde un partido no fue solo un juego, sino un reflejo de la tensión entre naciones
En 1969, el fútbol se convirtió en el inesperado detonante de un conflicto armado entre El Salvador y Honduras. Aunque las tensiones entre ambos países venían gestándose desde hacía años, fue la eliminatoria para el Mundial de 1970 la que llevó esas rivalidades a su punto de ebullición, desatando una guerra.
El primer enfrentamiento tuvo lugar en Tegucigalpa, Honduras, donde la selección local ganó 1-0. Sin embargo, la verdadera explosión de violencia ocurrió en el segundo partido, jugado en San Salvador, cuando los salvadoreños se impusieron por 3-0. En las gradas, la rivalidad se transformó rápidamente en agresión, y lo que comenzó como una batalla deportiva pronto se trasladó a las calles y, finalmente, a los campos de batalla.
Recortes de periódicos de la época sobre el suceso
El 14 de julio de 1969, El Salvador lanzó un ataque militar contra Honduras. Durante cuatro días, ambos países se enfrentaron en lo que sería conocido como la "Guerra del Fútbol". Aunque el deporte no fue la raíz del conflicto, fue sin duda la chispa que encendió la pólvora, profundizando la enemistad entre las naciones y dejando un saldo de miles de muertos. Esta guerra breve, pero intensa, mostró cómo un partido de fútbol puede, en ocasiones, ser mucho más que un simple juego, convirtiéndose en el reflejo de las tensiones políticas y sociales de toda una región.
Otro ejemplo, fue el conflicto de las Malvinas que no solo se libró en el campo de batalla, también dejó su huella en el fútbol. En 1982, la dictadura militar argentina ordenó la invasión de las islas Malvinas, reclamando su soberanía sobre el territorio controlado por Reino Unido. La respuesta británica fue fulminante: una guerra que, tras semanas de combates, terminó con la derrota argentina y cientos de soldados caídos.
Cuatro años después, el destino volvió a enfrentar a ambos países, pero esta vez en los cuartos de final del Mundial de México 1986. Para Argentina, ese partido era más que fútbol: era la oportunidad de redimirse, de conseguir en la cancha lo que no pudo en el campo de batalla. La tensión se cortaba en el aire, hasta que en el minuto 51 Maradona marcó un gol que quedaría para la eternidad: la Mano de Dios. Un gesto de viveza criolla que los ingleses llamaron trampa, pero que para los argentinos fue justicia divina. En aquel instante, más que un partido, se jugaba el orgullo de una nación herida. Y en esa cancha, Argentina sí salió victoriosa.
Declaración de Maradona sobre el partido y la famosa “Mano de Dios”
Varios años más tarde, el 13 de mayo de 1990, el estadio Maksimir de Zagreb (actual Croacia) fue escenario de un enfrentamiento mucho más allá de un simple partido de fútbol. En un momento de gran tensión en Yugoslavia, a punto de desmoronarse, el choque entre el Dinamo de Zagreb y el Estrella Roja de Belgrado se convirtió en un reflejo de la creciente división entre serbios y croatas. Las gradas fueron invadidas por la violencia, con hinchas de ambos equipos enfrentándose de manera feroz, tanto verbal como físicamente.
En medio del caos, Zvonimir Boban, capitán del Dinamo, saltó a la fama cuando, al ver cómo un policía yugoslavo golpeaba a un hincha croata, no dudó en intervenir y darle una patada al agente. Este acto de rebeldía no solo lo convirtió en un héroe para los croatas, sino que simbolizó el rechazo al control serbio en una región al borde de la guerra. Para muchos, esa patada no fue solo un acto de protesta, sino una declaración política en pleno auge de las tensiones que culminaron en la desmembración de Yugoslavia y en la Guerra de los Balcanes.
Zvonimir Boban pegando una patada a un policía yugoslavo
Este episodio marcó un antes y un después, no solo en el fútbol, sino en la historia de los Balcanes. Las gradas de Maksimir, donde el deporte se entrelazó con la política, presagiaron los oscuros días que vendrían, cuando las rivalidades futbolísticas se transformaron en confrontaciones bélicas. La violencia en el estadio reflejó las fracturas profundas de la región, anticipando lo que sería una de las guerras más sangrientas de Europa en el siglo XX.
Un caso más reciente, en 2014, durante un partido clasificatorio para la Eurocopa, Serbia y Albania protagonizaron un enfrentamiento que rápidamente se desbordó de lo deportivo a lo político. Un dron que sobrevoló el estadio y desplegó la bandera de la "Gran Albania", que incluía a Kosovo, encendió las tensiones entre ambos países. Kosovo sigue siendo un punto crítico en la disputa entre Serbia y Albania, ya que Belgrado no reconoce su independencia.
Incidente del dron con la polémica bandera en un Serbia-Albania
El incidente desató una ola de violencia en las gradas, mientras los jugadores intentaban derribar el dron y los ánimos se caldeaban. El árbitro suspendió el partido en medio del caos, mientras los jugadores se enfrentaban y los hinchas desbordaban las tribunas. Fue un claro recordatorio de cómo, en los Balcanes, un simple encuentro futbolístico puede desatar una batalla simbólica por cuestiones políticas aún no resueltas
¿Partidos de fútbol prohibidos?
Para evitar que situaciones como la del infame partido descrito anteriormente entre Serbia y Albania, donde el fútbol se transformó en una batalla campal por la política, la FIFA y la UEFA han catalogado ciertos partidos como injugables. En un deporte que debería unir, ciertos enfrentamientos se han prohibido por la peligrosidad de las rivalidades políticas que los acompañan.
Fuente: Amazing Maps
La invasión rusa a Ucrania en 2022, por ejemplo, cerró de manera definitiva cualquier posibilidad de ver a estos dos países enfrentarse en un campo de fútbol, tampoco pudiendo enfrentar a Ucrania contra Bielorrusia. Lo mismo ocurre con nuestro país y Gibraltar, donde una disputa territorial histórica ha obligado a la UEFA a evitar que sus selecciones se encuentren. En el caso de Israel y Palestina, la política ha hecho imposible que ambos se enfrenten, y las selecciones de cada país ni siquiera pueden cruzarse en competiciones internacionales.
El caso de Kosovo es aún más complejo: su independencia de Serbia sigue sin ser reconocida por varios países, lo que ha dejado a la selección kosovar en una especie de limbo, prohibida de enfrentarse a Serbia, Rusia o Bosnia-Herzegovina. Y el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán, sobre el territorio de Nagorno-Karabaj, ha creado una barrera casi insalvable para cualquier partido entre estas dos naciones, que ya ha dejado huellas en el deporte, como el caso del jugador armenio Mkhitaryan, que no ha podido disputar con sus clubes partidos de competición europea por tensiones políticas, llegando a no jugar una final de UEFA por celebrarse esta en Azerbaiyán.
Periódicos hablando del “caso Mkhitaryan”
El fútbol se vende: la FIFA y su escandalosa doble moral en la política internacional
La FIFA, que debería ser la guardiana de los valores más nobles del deporte, ha mostrado una y otra vez que, en realidad, lo que mueve sus decisiones son los intereses económicos. El Mundial de Catar 2022 es la prueba más flagrante de cómo la organización sacrificó principios fundamentales por dinero. Eligió como sede a un país donde los derechos humanos son sistemáticamente vulnerados, los trabajadores migrantes padecen condiciones inhumanas y el colectivo LGTBI+ es perseguido. Todo esto, mientras la FIFA miraba hacia otro lado, sellando un acuerdo millonario sin inmutarse.
En medio de este escándalo, selecciones como Países Bajos y Dinamarca, entre otras, decidieron alzar la voz y usar el brazalete arcoíris como símbolo de protesta. Un pequeño acto de valentía en un torneo donde la sumisión al poder económico dominó la escena. La FIFA, fiel a su contradicción, prohibió el brazalete One Love, símbolo de apoyo a la comunidad LGTBI+, mientras Catar censuraba cualquier expresión política en los estadios. La FIFA, que siempre ha pregonado mantener el fútbol ajeno a la política, dejó claro que sus principios tienen un precio.
Brazalete “One Love” en apoyo al colectivo LGTBI+
El Mundial de Catar expuso una de las prácticas más controvertidas del deporte: el sportswashing, en el que un país controvertido utiliza un evento deportivo para mejorar su imagen internacional. Catar, con su historial de abusos contra los derechos humanos y su represión de libertades fundamentales, logró que la FIFA le otorgara la sede del torneo, a pesar de las numerosas denuncias. La organización priorizó el dinero por encima de los principios éticos, usando el fútbol como una plataforma para blanquear la imagen de un régimen autoritario.
La FIFA ha mostrado una preocupante doble moral en sus decisiones políticas, especialmente cuando se trata de países en conflicto. En 2018, Rusia fue la sede del Mundial, a pesar de las claras violaciones de derechos humanos en el país. La comunidad internacional ya conocía las tensiones geopolíticas del país, pero la FIFA no hizo nada para impedir que organizara el torneo. Solo cuatro años después, tras la invasión de Ucrania, Rusia fue expulsada de todas las competiciones internacionales. Este cambio de postura resulta irónico, ya que el conflicto en Ucrania no era una sorpresa, sino un capítulo más del régimen ruso.
Por otro lado, Israel continúa participando sin problemas en competiciones internacionales, a pesar de su histórica invasión y reciente guerra con Palestina. Mientras la FIFA sanciona a Rusia, no aplica las mismas medidas con Israel, lo que pone de manifiesto la disparidad en su trato hacia países en guerra. La elección de la FIFA de actuar según los intereses políticos y económicos, en lugar de seguir principios éticos consistentes, demuestra que el fútbol, lejos de ser imparcial, se ve influenciado por la geopolítica y los negocios.
¿A quién le pertenece el fútbol?
El fútbol es mucho más que un deporte; es un reflejo crudo de las luchas políticas y sociales que atraviesan nuestras sociedades. Hemos repasado cómo el fútbol ha servido de chispa para guerras, y de cómo las rivalidades políticas han impedido que naciones se enfrenten en un terreno de juego. Jugadores que no pueden viajar, partidos suspendidos por cuestiones ajenas al deporte... Aunque a menudo lo consideremos un refugio del caos, el fútbol está profundamente influenciado por la política, las decisiones diplomáticas y las tensiones entre naciones. No nos engañemos, la política está en todas partes, incluso en lugares donde menos lo imaginamos.
El negocio global del fútbol ha dejado en evidencia los intereses detrás de cada partido, y la FIFA, como actor principal, mueve los hilos no solo por el deporte, sino por contratos millonarios que priorizan el dinero sobre los valores esenciales del juego. Catar, con todo lo que representó, nos dio una lección de hipocresía que no será la última. Pero aún en medio de este escenario, hay quienes se niegan a que el fútbol se convierta en una mera mercancía. Aficionados que luchan por la integridad del deporte, jugadores que desafían al sistema con un gesto o un mensaje, y figuras como George Weah, quien pasó de ser una estrella mundial del fútbol a convertirse en presidente de Liberia, usando su influencia para reconstruir un país devastado. Weah nos recuerda que el fútbol no nació en las oficinas de la FIFA, sino en las calles, como un juego del pueblo, para el pueblo
Quizás algún día el poder entienda que el fútbol no les pertenece. Que ni el dinero ni la política pueden apagar la pasión de quienes lo viven de verdad. Porque mientras haya un hincha que cante, un niño que sueña y un jugador que resista, el fútbol seguirá siendo del pueblo. Y ese partido, por mucho que intenten manipularlo, jamás podrán ganarlo